martes, 24 de marzo de 2015

Street Art – Barcelona

Sin rumbo fijo. No tenía planeado nada en mi pequeña escapada de tres días mínimos a Barcelona. Mi primer “viaje” después de la operación y con un único compañero de viaje: un bastón de travesía. Sabía de su necesidad por las caminatas entre las calles llenas de gente. Gente en el museo Picasso: solo estuve quince minutos. A la Catedral de Santa María del Mar, la Catedral del Mar, ni entré. Demasiada gente. Al final decidí entrar en la Catedral del Barrio Gótico. Necesitaba descansar un rato. Siete euros la entrada, y el silencio como uno de los grandes ausentes… Desde mi última visita e estos lugares, a todos ellos, encontré todo un poco más sucio. Pero lo que más me llamó la atención fue cruzarme con gente, gente, no pequeña, mínima, mínima en todos los aspectos. La sensación de desasosiego, la mía, ante tanta mirada perdida y con la cabeza agachada por el peso de sus penurias; con una bolsa de plástico cogida del brazo como un peculiar cofre del tesoro. Sobre todo gente mayor. Demasiado mayor para estar de esa forma en la calle.

Demasiados contrastes con todo el mercantilismo que rodea e esas gentes mínimas. Y gente, mucha gente pasando a su lado. Yo también pasaba a su lado.

Me percaté  de la desaparición de las tiendas de barrio. Negocios que han sido traspasados por no poder mantenerlos. La competencia es desigual. Eso sí, Barcelona está llena de tiendas fashion, lo último de lo último en moda. Una moda vacía de alma y de contenido, pero con mucho brillo de “lentejuelas”. Por las noches las estrellas no brillan, sé que están ahí, pero la contaminación no nos deja verlas. Quizás se están agotando o quizás un agujero negro, muy negro, las esté tragando.

Yo, sin ser ajeno a todo esto, con mi máquina intento crear un “pequeño universo”. Siento ser culpable de algo que me supera y pienso que el momento de rezar ha pasado. No creo que los extraterrestre venga a ayudarnos si los terrestres no hacemos nada. Y en ese universo ficticio busco el Arte de la Calle para poder reflejar mi desasosiego.

Puertas. Puertas, la mayoría cerradas. Puertas que a veces se abren para dejar entrar, pero no veo salir a nadie. Puertas llenas de arte inquieto y descorazonador; vacío de esperanza. Llenos de personajes, la mayoría son pasado y como tal ya no son. De presente mínimo y de futuro… eso ni existe.

Ya en el aeropuerto, de vuelta a casa, cruzo la mirada con un chaval; tiene síndrome de Down. Un guiño de complicidad y una sonrisa maravillosa por su sinceridad es la respuesta. Yo le saco la lengua a modo de saludo familiar y él se sonroja. Su sonrisa entonces se vuelve  enorme. Más grande que un “agujero negro”. Y todo esto sin palabras, solo con gestos.

En la mesa de una cafetería, estoy bebiendo un poco de agua con gas; cerca de mí  hay una mujer joven y bella en otra mesa. Por un momento creía que hablaba al sándwich que estaba comiendo. Con la mirada ausente, quizás esté hablando con algún espíritu cercano. Pensé. ¡Quién sabe!

Se resolvió el misterio. La observe mejor: estaba hablando por el “manos libres”.