lunes, 19 de octubre de 2015

Txabola eta Baserritxo

“Hay que concluir que también las lágrimas y los dolores constituyen objeto de amor”
(Del libro Confesiones de San Agustín)

El jardín de la Txabola se llenó de rumores y  alegrías el sábado al mediodía. Hart no paraba de moverse de un grupo a otro en busca de una mano que tuviera algo para llevarse a su boca. Lo cierto es que si te descuidabas un poco, debido a su ansiedad, podías llevarte un tarisco nada suave.


La "Txabola" en Arrua Erreka.

Entretanto, Aitor no paraba de jugar con  él lanzándole las manzanas que hacía un buen rato, quizás días, estaban en el suelo del jardín entre la hierba verde y fresca debido a las lluvias de la noche anterior y al rocío de la mañana. Hart las atrapaba y, a dentelladas, las comía. Es un perro fino y elegante, de largo pelaje y  color marrón; juguetón como pocos y cariñoso con los que ya conocía de otros días en la Txabola. Es verdad que, si le ofrecías algo de comida, más pronto que tarde hacías buenas migas con él en un instante. Luego, no se separaba de ti. Amores de conveniencia, diría yo.


Hart

Fue un sábado de alegría y  buenos alimentos. Hacía bastante tiempo que habíamos hablado en Bilbao con nuestros primos para quedar a comer  en Arrua-Erreka, en la Txabola.

Oficiando de chef, nuestro hermano Luis Fco., El Gran Maestre.

Nos unía, y todavía nos une a todos, una maravillosa mujer: Izeko Maite. La familia era su gran pasión, los Llavori en cuestión y todos aquellos que por vínculos matrimoniales son parte ya de la familia. Euskadi era su otra pasión.

Brindamos por ella, y cada vez que nos unamos de nuevo, lo volveremos a hacer para que siempre esté presente.

Su hermano José Ramón me dijo varias veces: lo que me hubiera perdido si no llego a venir.

Larga fue la comida, larga la sobremesa, y al final, casi "a patadas”, cada uno a su casa.

 - Volveremos a vernos.

Por cierto, el menú pleno de buen colesterol (no voy a dar detalles para no herir sensibilidades) y regado con buena sidra de las manzanas de Baserritxo. Alguna botella de buen cava también cayó.

¡Al suelo no!

Alguno se llevó en su camisa  una o dos “pequeñas manchas” en forma de medalla… Meritos de guerra no cruenta.

A los postres llegó Xabier, el más joven de los Llavori, para apagar la vela de su cuarto cumpleaños.

Él fue el que me ayudó a recolectar las hojas; yo todavía no puedo agacharme. Quizás tenga demasiado cuento. Y la verdad que Xabier se lo pasó bien.

Las hojas tienen su historia. Si sabemos apreciarlas, las escucharemos y las compartiremos: son historias de amor y de belleza.

                                    Nada queda más lejos
                                    Que el tiempo no vivido.
                                    Debajo del manzano
                                    Las flores se ausentaron

Puede parecer que la música sea un río de lágrimas. Pero las lágrimas de amor son las que llevan los ríos al océano. Entonces seremos “solo uno”.

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