martes, 19 de enero de 2016

Gentes del Camino II

Estaba sentado en un banco de madera reseca por el sol y carente de color, debajo de un parral de fachada, bebiendo un poco de agua, cuando Danel me llamó desde Arzua. Me dijo que tenía problemas con los isquiotibiales. Retrocedí un poco y, siguiendo la carretera en sentido contrario, me acerqué al albergue de Mariano. Le expliqué el problema y su ayuda fue pronta. Me dijo: lo que haga falta. Una sonrisa y todo arreglado. Como otros, él es un Caballero Hospitalario.
 
En esta casa, y si tienéis tiempo, deteneos. Alberga el Museo de la Imagen y es apasionante. Pero lo vardaderamente apasionante es conocer a Mariano.
 
Más tarde, Danel y yo, siguiendo los consejos de la farmacéutica de Arzua, fuimos a comer a una casa de comidas cercana a la farmacia; una casa antigua pero auténtica.
 
Danel, ensalada mixta y carne guisada. Yo, potaje de los de quitarse el sombrero; de segundo,  xoubas fritas. No conforme con una ración, cayeron dos. Motivos tenía. Eso creo yo: frescas eran frescas. Eso sí, nos faltó el cafelito, pero no había. No había máquina de café… Ni tampoco café  de puchero.
 
Al término de la comida  él se recuperó. ¿Gracias al Ibuprofeno 400? Lo dudo, cabezota que es él. Tiene a quien parecerse y quería seguir caminando. En vez  de descansar volvió a caminar. En cambio yo, en alas de Pegasus, en forma de autobús de línea, llegué a O Pedrouzo.
 
Sin tiempo para nada, al ver que no aparecía Danel, salí a su encuentro, pero no nos comunicamos bien. Resultado, tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta: seis. Seis para volver a encontrarnos y de nuevo caminar juntos.
 
Y llegó el último día, de O Pedrouzo a  Santiago, cruzando el bosque de San Antón.
 
Temprano, después de desayunar, nos adentramos en el bosque, cada uno a su ritmo, y allí nos separamos. Yo me quedé a contemplar la bóveda arbórea en silencio. Pero poco duró ese momento de paz y de recogimiento. Aquello parecía una romería de gente caminando y la mayoría no paraba de hablar, cuando no de gritar. En el Monasterio del Silencio poco  tiempo les iban a durar  los hábitos monacales a estos peregrinos, incapaces de cumplir  con los votos de silencio. ¿Tan difícil es caminar disfrutando de los sonidos y los aromas del bosque?
 
Ante semejante trasiego de gente, y a causa de su griterío,  cesaron  todos los sonidos de los animales del bosque. Hasta los árboles se contraían de temor.
 
Me detengo varias veces en el bosque para crear una distancia con los grupos de caminantes. En una de esas paradas me encontré con Concha y José; es un matrimonio de Jaén.
 
El día anterior nos conocimos en el bosque que hay después de Melide, en Raido. Nos presentamos y comenzamos a hablar. Al comentarme que eran de Jaén, de forma espontánea comencé a tararear un estribillo de la canción que hace tiempo grabó el grupo musical Jarcha basado en el poema de Miguel Hernández.
 
                                           Andaluces de Jaén,
   aceituneros altivos,
   decidme en el alma: ¿quién,
   quién levantó los olivos?

José tiene una historia vital, digamos  extraordinaria. Me fijé en la camiseta que llevaba, tenía impresa la imagen de dos pulmones. Me dijo: soy un trasplantado, me han trasplantado los dos pulmones.
 
Hace unos días, muy pocos, su mujer Concha me  escribió un correo por internet. En él me dice textualmente lo siguiente:
 
- A José lo trasplantaron hace 5 años. Hace unos días estuvimos en su revisión y le han dicho que puede volver a hacer el Camino y doblar los kilómetros. Vivimos en Jaén, aunque vamos muy a menudo a Beas de Segura de donde es José. Allí tiene a su familia y allí es donde se me escapa de vez en cuando para su pasión, la caza.
 
Nos volvimos a separar, cada uno a su Camino. Este encuentro me dio mucho que pensar.
 
No encuentro razón alguna, pero en ese lugar y momento, me vino a la memoria la imagen de un cuadro de Joaquín Sorolla. Su título, Y aún dicen que el pescado es caro. En el Camino a veces las cosas no son lo que son. Tiene su precio y su peaje, por decirlo de alguna forma: las penurias y las alegrías de cada peregrino; también sus grandezas y bajezas.
 
A eso de las once de esa mañana me llamó (por el móvil) Danel:
 
- Osaba, ya he llegado a Compostela. ¿Tú dónde estás?
- Todavía estoy en el bosque de San Antón.
- ¿Todavía?
- Tranquilo, nos vemos en Compostela.
 
Sigo caminando, pero no solo camino en dirección a Compostela. Continuamente vuelvo sobre mis pasos para capturar las escenas que se van produciendo en el bosque.
 
De vez en cuando aparece un solo peregrino y eso me interesa para el trabajo fotográfico. También apareció una familia, verlos me llena de felicidad: van en silencio. El bosque es un lugar de apariciones.
 
Cerca de la aldea de San Antón, me crucé  con una señora que llevaba un bastón a modo de un bordón de peregrino. Vino hacia mí y me sonrío. A sus espaldas un grupo de peregrinos parece que se sumergen en las tinieblas del Camino. Desaparecen. Ni se han dado cuenta del paso de la señora; digamos que se llama Consuelo.
 
Al salir del bosque, cerca de Amenal, hay una columnata de chopos jóvenes y erguidos. A través de ellos aíslo  la imagen de un peregrino, parece un retablo vivo y en movimiento.

Continuará...