“Hay que concluir que también las lágrimas y los dolores
constituyen objeto de amor”
(Del
libro Confesiones de San Agustín)
El jardín de la
Txabola se llenó de rumores y alegrías el sábado al mediodía. Hart no paraba
de moverse de un grupo a otro en busca de una mano que tuviera algo para
llevarse a su boca. Lo cierto es que si te descuidabas un poco, debido a su
ansiedad, podías llevarte un tarisco nada suave.
La "Txabola" en Arrua Erreka. |
Entretanto, Aitor no paraba de jugar con él lanzándole las manzanas que hacía un buen rato, quizás días, estaban en el suelo del jardín entre la hierba verde y fresca debido a las lluvias de la noche anterior y al rocío de la mañana. Hart las atrapaba y, a dentelladas, las comía. Es un perro fino y elegante, de largo pelaje y color marrón; juguetón como pocos y cariñoso con los que ya conocía de otros días en la Txabola. Es verdad que, si le ofrecías algo de comida, más pronto que tarde hacías buenas migas con él en un instante. Luego, no se separaba de ti. Amores de conveniencia, diría yo.
Hart |
Fue un sábado de alegría y buenos alimentos. Hacía bastante tiempo que habíamos hablado en Bilbao con nuestros primos para quedar a comer en Arrua-Erreka, en la Txabola.
Oficiando de chef, nuestro hermano Luis Fco., El
Gran Maestre.
Nos unía, y todavía
nos une a todos, una maravillosa mujer: Izeko Maite. La familia era su gran
pasión, los Llavori en cuestión y todos aquellos que por vínculos
matrimoniales son parte ya de la familia. Euskadi era su otra pasión.
Brindamos por ella,
y cada vez que nos unamos de nuevo, lo volveremos a hacer para que siempre esté
presente.
Su hermano José
Ramón me dijo varias veces: lo que me
hubiera perdido si no llego a venir.
Larga fue la
comida, larga la sobremesa, y al final, casi "a patadas”, cada uno a su casa.
- Volveremos a vernos.
Por cierto, el menú
pleno de buen colesterol (no voy a dar detalles para no herir sensibilidades) y
regado con buena sidra de las manzanas de Baserritxo. Alguna botella de buen
cava también cayó.
¡Al suelo no!
Alguno se llevó en
su camisa una o dos “pequeñas manchas”
en forma de medalla… Meritos de guerra no cruenta.
A los postres llegó
Xabier, el más joven de los Llavori, para apagar la vela de su cuarto
cumpleaños.
Él fue el que me
ayudó a recolectar las hojas; yo todavía no puedo agacharme. Quizás tenga
demasiado cuento. Y la verdad que Xabier se lo pasó bien.
Las hojas tienen su
historia. Si sabemos apreciarlas, las escucharemos y las compartiremos: son
historias de amor y de belleza.
Nada
queda más lejos
Que
el tiempo no vivido.
Debajo
del manzano
Las
flores se ausentaron
Puede parecer que
la música sea un río de lágrimas. Pero las lágrimas de amor son las que llevan
los ríos al océano. Entonces seremos “solo
uno”.
)