Estaba sentado en
un banco de madera reseca por el sol y carente de color, debajo de un parral de
fachada, bebiendo un poco de agua, cuando Danel me llamó desde Arzua. Me dijo
que tenía problemas con los isquiotibiales. Retrocedí un poco y, siguiendo la
carretera en sentido contrario, me acerqué al albergue de Mariano. Le expliqué
el problema y su ayuda fue pronta. Me dijo: lo
que haga falta. Una sonrisa y todo arreglado. Como otros, él es un
Caballero Hospitalario.
En esta casa, y si
tienéis tiempo, deteneos. Alberga el Museo
de la Imagen y es apasionante. Pero
lo vardaderamente apasionante es conocer a Mariano.
Más tarde, Danel y
yo, siguiendo los consejos de la farmacéutica de Arzua, fuimos a comer a una
casa de comidas cercana a la farmacia; una casa antigua pero auténtica.
Danel, ensalada
mixta y carne guisada. Yo, potaje de los de quitarse el sombrero; de
segundo, xoubas fritas. No conforme con
una ración, cayeron dos. Motivos tenía. Eso creo yo: frescas eran frescas. Eso sí, nos faltó el cafelito, pero no había.
No había máquina de café… Ni tampoco café
de puchero.
Al término de la
comida él se recuperó. ¿Gracias al
Ibuprofeno 400? Lo dudo, cabezota que es él. Tiene a quien parecerse y quería
seguir caminando. En vez de descansar
volvió a caminar. En cambio yo, en alas de Pegasus,
en forma de autobús de línea, llegué a O Pedrouzo.
Sin tiempo para
nada, al ver que no aparecía Danel, salí a su encuentro, pero no nos
comunicamos bien. Resultado, tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta: seis. Seis para volver a encontrarnos y
de nuevo caminar juntos.
Y llegó el último
día, de O Pedrouzo a Santiago, cruzando
el bosque de San Antón.
Temprano, después
de desayunar, nos adentramos en el bosque, cada uno a su ritmo, y allí nos
separamos. Yo me quedé a contemplar la bóveda arbórea en silencio. Pero poco
duró ese momento de paz y de recogimiento. Aquello parecía una romería de gente
caminando y la mayoría no paraba de hablar, cuando no de gritar. En el
Monasterio del Silencio poco tiempo les
iban a durar los hábitos monacales a
estos peregrinos, incapaces de cumplir con los votos de silencio. ¿Tan difícil es
caminar disfrutando de los sonidos y los aromas del bosque?
Ante semejante
trasiego de gente, y a causa de su griterío, cesaron
todos los sonidos de los animales del bosque. Hasta los árboles se
contraían de temor.
Me detengo varias
veces en el bosque para crear una distancia con los grupos de caminantes. En una
de esas paradas me encontré con Concha y José; es un matrimonio de Jaén.
El día anterior nos
conocimos en el bosque que hay después de Melide, en Raido. Nos presentamos y
comenzamos a hablar. Al comentarme que eran de Jaén, de forma espontánea
comencé a tararear un estribillo de la canción que hace tiempo grabó el grupo
musical Jarcha basado en el poema de
Miguel Hernández.
Andaluces de Jaén,
aceituneros
altivos,
decidme en el alma:
¿quién,
quién levantó los
olivos?
José tiene una
historia vital, digamos extraordinaria.
Me fijé en la camiseta que llevaba, tenía impresa la imagen de dos pulmones. Me
dijo: soy un trasplantado, me han
trasplantado los dos pulmones.
Hace unos días, muy
pocos, su mujer Concha me escribió un
correo por internet. En él me dice textualmente lo siguiente:
- A José lo trasplantaron hace 5 años. Hace unos días
estuvimos en su revisión y le han dicho que puede volver a hacer el Camino y
doblar los kilómetros. Vivimos en Jaén, aunque vamos muy a menudo a Beas de
Segura de donde es José. Allí tiene a su familia y allí es donde se me escapa
de vez en cuando para su pasión, la caza.
Nos volvimos a
separar, cada uno a su Camino. Este encuentro me dio mucho que pensar.
No encuentro razón
alguna, pero en ese lugar y momento, me vino a la memoria la imagen de un
cuadro de Joaquín Sorolla. Su
título, Y aún dicen que el pescado es
caro. En el Camino a veces las cosas no son lo que son. Tiene su precio y
su peaje, por decirlo de alguna forma: las
penurias y las alegrías de cada peregrino; también sus grandezas y bajezas.
A eso de las once
de esa mañana me llamó (por el móvil) Danel:
- Osaba, ya he llegado a Compostela. ¿Tú dónde estás?
- Todavía estoy en el bosque de San Antón.
- ¿Todavía?
- Tranquilo, nos vemos en Compostela.
Sigo caminando,
pero no solo camino en dirección a Compostela. Continuamente vuelvo sobre mis
pasos para capturar las escenas que se van produciendo en el bosque.
De vez en cuando
aparece un solo peregrino y eso me interesa para el trabajo fotográfico.
También apareció una familia, verlos me llena de felicidad: van en silencio. El bosque es un lugar
de apariciones.
Cerca de la aldea
de San Antón, me crucé con una señora
que llevaba un bastón a modo de un bordón de peregrino. Vino hacia mí y me
sonrío. A sus espaldas un grupo de peregrinos parece que se sumergen en las
tinieblas del Camino. Desaparecen. Ni se han dado cuenta del paso de la señora;
digamos que se llama Consuelo.
Al salir del
bosque, cerca de Amenal, hay una columnata de chopos jóvenes y erguidos. A
través de ellos aíslo la imagen de un
peregrino, parece un retablo vivo y en movimiento.
Continuará...