Después de Nájera,
por la LR-113, avanzamos sin ninguna prisa contemplando los paisajes de tonos
ocres y tristes como la mañana, en una carretera sin coches y sin gente, toda
llena de silencios y con animales de mirada indiferente, cruzando pueblos en
apariencia abandonados. La fría mañana invitaba a eso, al abandono.
Nos cruzamos con el
alcalde de no sé qué pueblo cercano, y en esa desolación habitada y ausente
hablamos del grafeno, de una mina que había más arriba en la montaña.
Después de pasar
Neila llegamos al Collado. La carretera estaba nevada y las ramas de los
arboles dobladas por el peso de la nieve caída. Acongojado, subí en segunda;
después bajé en primera, sin apenas disfrutar del paisaje debido a las circunstancias.
Más tarde llegué a pensar que en aquel lugar podía haber aparecido el ejército
de Aníbal con sus elefantes y todo… ¡Qué imaginación la mía!
En Quintanar de la
Sierra paramos para un buen hamaiketako.
Y llegamos a
Canicosa de la Sierra. Llegar y ¡zas!, se rompe la cabeza del cable de embrague.
La del coche, claro está; mi cabeza está rota hace tiempo y no tiene cables.
Era viernes por la tarde, unos sudores fríos comenzaron a recorrer todo mi
cuerpo y me invadieron las entrañas una flojera que nada tenía que ver con el frío. Hubo que llamar al seguro y a la grúa,
y entonces es cuando empecé a conocer de
verdad a la gente de la Sierra, los serranos. Por su parte, todo fue
atención y ayuda. ¡Buena gente, a fe mía!
-Gracias Fermín, el
de Talleres Alonso de Palacios de la Sierra. Ya me dijo el chófer de la grúa
(no sé su nombre) que eres un manitas. Sabes, aquí en Zumaia, a la vuelta, en
el taller me dijeron que hiciste un trabajo increíble, casi bello. Fermín, tú y
yo sabemos que no hay nada mejor que un buen artesano amante de su trabajo.
Ya más tranquilos,
llegamos a la casa rural La Ermita, al encuentro con los fotógrafos de Portfolio
Natural. Ellos a sus cosas, yo a las mías.
Caminando por las
calles de Canicosa, acompañado, a veces, por dos perrazos mastines guardianes
de rebaños de ovejas, pude hacer este trabajo en blanco y negro. Por eso lo de
Arquitectura Negra.
El silencio, como buen
compañero de viaje que es, te permite ver cosas que unos ojos distraídos no
pueden: las cosas que nos rodean. Esas cosas inertes pero bellas, llenas de
historia. A veces, piedras desnudas que un día fueron habitadas y hoy están
llenas de ausencia. Luego, vuelta a La Ermita otra vez.
Bueno, aquí os
hablaré de Fran y de su casa, de sus manos para la cocina, además de su
sabiduría micológica y de su sonrisa. Una casa bella, de una calidez especial,
no solo por la chimenea en la mitad de la sala, con su crepitante fuego de
leña, sino por su cocina de las de antes, “la económica”, esa que da un toque
especial a todos los alimentos. El fin de semana fue un festín para los
paladares: cocina de la abuela con productos de la huerta de detrás de la casa.
Después de la cena del sábado, cuando se despejó la sala, pude quedarme a leer
un libro; yo solo, pero en compañía de la crepitación del fuego.
¿Se puede pedir
más?
Quizás sí: menos
ronquidos. Pero también tienen su encanto: ¡a ver quién se duerme antes! Con respecto
a esto poco tengo que objetar, pues yo también ronco, igual que mi hermano Luis,
compañero de habitación y de viaje. Pero nosotros no somos solistas, solo
llegamos a comparsas en esto de roncar.
Los hay otros que…
-Gracias Beatriz
por tus cuidados y tu amable sonrisa. ¡Qué cielo de mujer! Echaré en falta la
tisana de tila alpina con pétalos de flores de azahar, pero también el flan de
huevo y el yoghurt casero.
No es por hacer
propaganda, pero mirar este enlace: www.casaruralaermita.net
y después ya me diréis.
El domingo por la
mañana salimos en grupo a “sacar fotos”. Yo, a mi ritmo habanero y cojero (de
cojo): estoy pendiente del matarife para que me arregle un quiero y no puedo.
Al mediodía,
cordero. Detrás de las ventanas estaba nevando y nosotros, dentro de la casa,
calientes en todos los sentidos. Nevaba cada vez más intensamente. Yo le propuse
a Luis quedarnos; por puro romanticismo estético. Lo digo por lo bonito que es
ver nevar y cómo todo se cubre de un manto blanco; sobre todo, si uno está comiendo
cordero con la chimenea encendida y llena de vida. Pero había que ser sensatos
y nos pusimos en marcha, cada uno a sus respectivas casas.
¡Hasta la próxima,
amigos!
Música para que
respire la mente y para apreciar la belleza de una sola hierba en la nieve.
Silence de Robert Haig Coxon