Día uno de noviembre. Hoy he vuelto al bosque de Basajaunberro en Roncesvalles para seguir trabajando - también peregrinando - en este espacio mágico del Camino de Santiago. El día, a pesar de la incertidumbre climática, tiene una luz especial, la luz del otoño.
Al ingresar en el bosque me cruzo con dos recolectores de setas que acaban de iniciar su “peregrinación” particular. El otoño, algo tardío, ha dejado su exuberante impronta en las hojas de los árboles, y el agua de lluvia irisa sus colores; las purifica. Son las ocho de la mañana y hace un momento ha dejado de llover; la bruma ha comenzado a adueñarse de todos los seres que habitan este espacio. Las formas adquieren, todas, una dimensión etérea; ya nada las contiene y se confunden unas con otras.
Al llegar a Lepoeder me encuentro con el viento. Como casi siempre, su presencia se hace molesta. Juega con las nubes y la niebla, y lo llena todo de incertidumbre. De no sé donde, veo, a lo lejos, emerger unas figuras que se asemejan a espectros. A medida que se acercan, las siluetas se definen, toman forma; se concretan. Son pastores y sus caballos. Reúnen al rebaño para resguardarlos. Pregunto a uno de los pastores por qué los están reuniendo. Me dice: se acerca el invierno, la semana que viene va a nevar. Los tenemos que proteger.
Los caballos, como los pastores, son protagonistas ancestrales en estos lugares. Hay que protegerlos.
Más adelante, cerca del refugio de Izandorre, un golpe de viento me arrebata el sombrero que, de repente, adquiere vida propia y, rodando, se aleja monte abajo. Ya lo daba por perdido, cuando un matojo espinoso lo ha retenido.
Mi intención era ir hasta la Fuente de Roldán para volver acompañando a los peregrinos, pero me doy la vuelta. Hoy hay pocos peregrinos, solo he contado hasta diez. También me cruzo con un ciclista en su bicicleta de montaña. Va en dirección a Saint Jean.
Al volver, cuando comienzo a bajar hacia Roncesvalles por el bosque que hay después de Lepoeder, el tiempo cambia de forma brusca y empieza a llover torrencialmente. Cuesta abajo, a merced de la lluvia y el viento y en medio de la oscuridad: me encuentro, a causa de mi imprudencia, en medio de tres circunstancias que componen un cóctel peligroso. A veces, estando en “tu mundo”, pierdes la consciencia de estar en el mundo real. Y se ha hecho tarde, muy tarde. La niebla ha dejado paso a la oscuridad y las tinieblas. Esto es literal, no es literatura. Me guío por las regatas del agua de lluvia que se forman en el suelo boscoso. Su fuerza ha arrastrado las hojas, y el color de la tierra lavada por el agua me va ayudando a volver. Es mi referencia. Pero llega un momento en que todo se difumina. Ya no veo nada. Intuyo que estoy cerca de Roncesvalles.
La verdad, en ese momento, por decirlo de forma coloquial, “me acojono”. Vamos, que estoy asustado. Necesito ayuda y se la pido a Gilbert.
- Gilbert ayúdame y llévame al otro camino. ¡Gilbert ayúdame!
Esta petición en forma de plegaria la hago varias veces mientras camino en la oscuridad. Y os puedo asegurar que, no sé cómo ni cuándo, pero, de pronto, me encuentro con que ya estoy en el camino que va paralelo a lo intrincado del bosque, y es completamente llano en su tramo final de casi un kilómetro hasta Roncesvalles.
El camino, justamente, se bifurca en el memorial de Gilbert. Por la derecha se sigue la senda que normalmente recorren los peregrinos en su tramo final, pero es bastante sinuosa y hay varias hondonadas. Con la lluvia que estaba cayendo podían ser puntos peligrosos.
Solamente unos cinco metros a la izquierda del memorial de Gilbert, un acceso te lleva al camino que es completamente llano.
- Gilbert C. Janeri, peregrino de Brasil, falleció en Ortzanzurieta el día ocho de marzo del año dos mil trece. Tenía cuarenta y cuatro años.
Conozco a Gilbert, bueno, su memorial, porque cuando voy y vuelvo en el Camino paso a su lado. Tengo la costumbre de detenerme un momento para recordarle.
Llego a Roncesvalles hacia las siete de la tarde, cantando, orando y dando gracias.
La semana que viene volveré para continuar con mi trabajo.
We will call this place our home, Llamaremos a este lugar nuestro hogar,
The dirt in which our roots may grow. La tierra en la que nuestras raíces pueden crecer.
Though the storms will push and pull, Aunque las tormentas nos puedan empujar y tirar,
We will call this place our home. Llamaremos a este lugar nuestro hogar.