- Esto es un nuevo tipo de cruzada para vos, querido caballero: una que
requiere más coraje que todas las otras batallas que habéis conocido antes. Si
lográis reunir las fuerzas necesarias y quedaros para hacer lo que tenéis que
hacer aquí será vuestra mayor victoria.
(Página
cincuenta, El Caballero de la Armadura
Oxidada, de Robert Fisher.)
¿Quedarse o marcharse, en cuál de las dos decisiones se encuentra la
victoria? ¿Quizás en las dos?
- De momento, mejor
quedarse.
Moverse por el Mercado,
sin rumbo fijo y libre de las ataduras del tiempo, permite vivir la marabunta de muchas maneras; a veces se disfruta, otras
veces (las menos) te espantas. Y a veces experimentas lo soledad rodeado de
tantas cosas y gentes. ¿Qué hago yo aquí?,
te preguntas.
- Para los gases
intestinales: hinojo, comino, manzanilla y anís verde.
Es lo que le dice
el herbolario a un señor de cara compungida que unos momentos antes de la
consulta se atiborraba de morcilla entre pan y pan, y con saciedad devoraba.
- Para la obesidad:
bardana, tila y rabos de cereza.
La señora María,
entradita en carnes y de edad incierta, se había metido entre pecho y espalda un
par de pinchos morunos, acompañados de tinto joven (por si algo se pegaba) en
un cuenco de barro; un chorrete de salsa
especiada caía por la comisura de sus labios.
Que manía con las
obesidades. Si las carnes están prietas, como Pedro Pablo Rubens las quería,
todas ellas son bellas y, si no, recordad las Tres Gracias. Si os entran dudas preguntad
también al artista colombiano Fernando Botero…
Y tu pasas mirando
hacia otros lugares, despistando, como si no escucharas.
¡Esto es el Mercado
Medieval!
El sufrimiento no se disfraza, siempre lleva los mismos
ropajes: aunque parezcan de fiesta están llenos de girones. Ya llegará la
calenda con sus promesas. Ahora es tiempo de disfrute y no de tristeza.
Saltimbanquis,
malabaristas y bufones, músicos de calle medievales, y un zancudo parecen
transmutarse en figuras de piedra arenisca policromada para el pórtico de la
Catedral. Que lejos queda Maese Mateo para dar forma a este Pórtico de la
Gloria. Eso sí, un poco deslavazado y loco.
Es de agradecer la
paciencia de los personajes medievales que habitan en este lugar del Camino de
Santiago.
-Perdonad mi mala
memoria, pues no recuerdo alguno de
vuestros nombres.
Pero lo que
recuerdo son vuestras miradas que lo dicen todo. El cantero y el grabador no me
pueden mirar; miran lo que están haciendo. Sergio es artesano del cuero; también
de las figuras de gres.
- Sergio, recuerda
que hemos quedado para contemplar tu trabajo.
Edu, de Girona, el
de las plumas de colores; y el señor Castor, que manipula la madera para hacer
maquetas, son rompecabezas; hacen pensar pero nada se rompe.
La hilandera de
lana, ¿o lino? Recuerdo sus manos. Manos trabajadas por el tiempo. Isidro, el
alfarero, de Pueyo de Santa Cruz, en Huesca. Me hablo de las horas de su
trabajo y de los cientos de grados de su horno; horno cómplice para acabar sus
obras de arte. Alfarero de antigua estirpe.
Otro de mis
olvidos: Maese Cocinero. Las morcillas y chorizos de La Rioja no tienen
secretos para él, y es calceatense de cuna.
Seguimos con los
olvidos.
Los monjes de la
golosina sana y natural (las chuches de toda la vida) pero ¡buenas, buenas! Las
del Abuelo Domingo de Cartes, Cantabria. Por cierto, tenían un armarito que
ocultaba formas eróticas de dulce sabor y añoranza por su hiniesta figura;
añoranza según en qué caso…
Konstantina
Konsoula, peletera griega. Tocar la superficie del cuero trabajado y a veces
perfumado es todo un sueño evocador. Mis zapatillas de casa son de un material de mercachifles. Pero hacen su
trabajo.
Otra dama de
ensueño; no me preguntéis por su nombre, su belleza lo dice todo. Es lanera y
no le gusta cómo queda en las fotos. Aquí va un suspiro…
El mercader de
telas, quizás ¿Juan Sin Nombre? Pero su reciedumbre me atrae, y su enigmática
sonrisa me transporta a otros lugares.
José, de Lardero,
La Rioja. El aroma de sus garrapiñadas sobrevuela los espacios de la Plaza del
Santo. Me gustaron mucho las garrapiñadas de pepitas de girasol. Me dijo que
tenían poco azúcar. ¡Qué poco cuesta engañarse uno mismo! Pero estaban muy
buenas.
La madre de Kal-el.
Ella no es Lara Lor-Van; ella es calceatense. Es María Magdalena, y parece un
personaje pintado por Francisco Ribalta,
uno de los pintores del tenebrismo español.
¿Puede ser uno de
los monjes benedictinos del maestro Francisco de Zurbarán? Digamos que también
es calceatense. Otro Juan sin Nombre…
El caballero y su
caballo. Pero prefiero llamarlo “brioso
corcel”. Es más acorde a la poética de los Tratados de Caballería.
“El caballero reflexionó sobre esto. Si regresaba por el
camino por el que había venido, no tendría esperanzas de librarse de su
armadura y, probablemente, moriría de soledad y fatiga”
(Página treinta
y seis, El Caballero de la Armadura
Oxidada, de Robert Fisher)
Música con
resonancias medievales, Angelo Branduardi - L' épouse dérobée (La esposa enigmatica).