jueves, 20 de agosto de 2015

EL JARDÍN DE LA CASA DEL ESTE (EN EL CAMINO DEL NORTE)

“Los días se alargaban, pero el tiempo seguía discurriendo con suma lentitud. Los cerezos jóvenes que Genji había plantado en su jardín el año anterior empezaron a florecer mientras el aire tibio y suave se iba llenando de olores que le hacían llorar de tristeza al recordar tiempos pasados”

Extracto de La novela de Genji(I):Esplendor de Murasaki Shikibu, nacida en el último tercio del siglo X en la corte imperial japonesa. Libro editado por la editorial Destino.

El rocío reverdece cada hoja de las pequeñas plantas de limitada vida. Cada vez que las aplastamos con nuestras pisadas, de forma terca vuelven a aparecer entre las rendijas de las maderas que sutilmente forman parte de este espacio lleno de belleza.
 
Cerca de esas maderas, entre los cantos rodados, un verde esmeralda de inusitada pureza surge desde un mundo subterráneo que se oculta a nuestra mirada. Cada semilla florece a su tiempo, sin que nadie las manipule, cuando ellas lo deciden,  con la complicidad del humus y de la humedad de la lluvia.

En el jardín de la Casa del Este hay un estanque.

Las hojas  de los nenúfares recogen las gotas de agua que purifican sus flores. Son blancas, de una pureza extrema. Algo emerge de ellas. Su visión hipnotiza la mente y nos lleva a otros lugares de serena belleza.

En el estanque no solo están ellas.

Sus aguas dan cobijo a otros seres de vivos colores que se mueven ingrávidamente; son  aguas turbias. En esa oscuridad aparecen y desaparecen de forma repentina; son seres asustadizos. Pero siempre conocen la mano del que les da de comer.

Los observo; no sé de qué manera lo hacen. El tiempo no transcurre para ellos. En su ausencia  cierro mis ojos para retener por un instante su plasticidad. Ningún sonido perturba sus vidas.

Son las cinco de tarde y la luz va cambiando de tonalidad. Oro viejo, todo lo invade.

La luz del sol se posa en sus hojas, en sus aguas, y en los bambús largos y secos, que son como  puentes  que unen las dos orillas.

Más tarde, al amparo de la noche, la luz de luna emerge en este espacio, y unos seres diminutos y mágicos cruzan esos puentes; pululan por el jardín. Ellos abandonan la protección de las vegetaciones que habitan durante el día, y el jardín se llena de rumores.

Entonces las flores de los nenúfares se cierran, se recogen hasta que llegue el alba. Se ocultan a todas las miradas. Los peces duermen.

En el jardín de la Casa del Este hay un magnolio.  

                                   A la luz de la tarde,
                                   c
onoces el camino a la colina.
                                   Bajo el magnolio no hay camino 
                                  
                                         
Tampoco debajo del  magnolio transcurre el tiempo. Hay un largo banco de madera que contribuye a esa ausencia y un viento suave mece sus ramas y sus hojas. La temperatura es agradable y su sombra nos protege. Es una sombra erótica y el cuerpo lo agradece.

De una de sus ramas cuelgan unos tubos de sonido; son el camino para las ráfagas de aire. Son su cálido vientre. Su música se expande en el jardín; cuesta levantarse.

                     No puedes describirlo, no puedes imaginártelo,
                     No puedes admirarlo, no puedes percibirlo.
                     Es tu verdadero yo, no tiene ningún lugar donde ocultarse.
                     Cuando el mundo se destruya, él no se destruirá.

(Koan de Wu-men Huei-k`ai, Japón 1183-1260)

Música para la quietud.                                 




















2 comentarios:

  1. Hitzen, irudien eta musikaren arteko konbinaketa aproposa. Eta eraginkorra. Eskerrik asko, Juan Ramon, gure bihotzondoak leuntzen saiatzeagatik.

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